No pasa nada y si pasa, se le saluda de Raquel Martos

Aún con la sensación de estar en los primeros días del año, me gusta aprovechar los comienzos para leer los libros que en 2013 fui dejando pasar. Con cuatro títulos ya en la mochila, he descubierto que he tardado demasiado en elegir el último libro de Raquel Martos, No pasa nada y si pasa, se le saluda. Fan de esta escritora desde que leí su primer libro Los besos no se gastan (del que os hablé en esta reseña), le he seguido sus pasos desde que saltó la noticia de que iba a publicar un segundo libro. Y realmente, no me ha decepcionado.

Resumen

Carla, una locutora de radio habladora y compulsiva, cree que su mundo se derrumba cuando tiene que operarse de las cuerdas vocales y guardar reposo seis semanas, durante las cuales no podrá decir ni una palabra. En un momento en el que su vida se desmorona, tanto en lo personal como en lo profesional, dependerá de la escritura, ya sea una pizarra, el WhatsApp o el e-mail, lo que hará que se convierta en una persona menos impulsiva y más reflexiva, que se replanteará muchos aspectos de su vida. En esta complicada etapa, siempre estará acompañada de su gente: su madre, a la que admira pero con la que tendrá las típicas discursiones madre-hija (eso sí, Carla no podrá hablar, lo que la deja en inferioridad); Marián, su mejor amiga y confidente, especialista de soltar verdades como templos que a veces pueden llegar a doler; Juan, su amigo desde la universidad, la persona que mejor la conoce y confía en ella más que ella misma; Roberto, su ex novio, con el que mantuvo una relación tóxica de amor/odio de la que todavía no ha podido desengancharse; y otros muchos personajes que nos trasladan al mundo de Carla y consiguen que todos entremos a formar parte de ella.

Reseña

Siguiendo lo que ya empeiza a ser una costumbre, Raquel Martos consigue engancharme desde la primera página hasta la última. Con su narrativa sencilla, reflexiva y realista nos transporta directamente al mundo de Carla. Ya no sé si es personal pero no es la primera vez que me identifico de una forma tan brutal con una protagonista ideada por esta autora, ya que me pasó algo similar en Los besos no se gastan. Aunque a primera vista no tenga muchas cosas en común con ninguna de ellas, las reflexiones y los pensamientos son tan razonados que podrían formar parte de mi cabeza en cualquier momento. Ya sean monólogos de la crisis, de las aficiones, de radio, de fútbol o de la vida, Raquel Martos consigue defenderlos con una magnífica maestría.
Ya metidos en esta novela en concreto, reconozco que me enganchó por completo y está en la lista de 'los libros leídos en una semana o menos'. Es impactante la pasión que siente la protagonista por su trabajo, por su empresa, por su radio, que la denigra y la alaba a acada instante, en una relación de amor/odio muy habitual en la gente que ama su trabajo pero ve cómo las personas lo desprestigia desde dentro. Además, los personajes que rodean a Carla son tan variados como los que nos podemos encontrar si miramos a nuestro alrededor.
Lo dicho, un libro esplédido en el que podemos ver lo positiva que puede resultar una interrupción en nuestra vida para aprender a observar, reflexionar y valorar cada uno de los pasos que hemos ido dando, sin poner el grito en el cielo con las equivocaciones y sin exaltarnos con la felicidad. La vida hay que vivirla día a día y si elegimos la opción equivocada, no pasa nada (y si pasa, se le saluda :-))
Para los que no estéis muy convencidos, podeis entrar en la página web del libro e indagar más en la historia. Además, por si os gustan más las imágenes que las palabras (lo cual me extrañaría) aquí teneis el booktrailer realizado por la editorial Espasa:

 Os dejo con algunas de las reflexiones de la novela:

A veces, no te fijas en lo que tienes al lado. Está tan cerca de ti que no lo ves. Nos pasa con todo, con las personas a las que queremos, con nuestro oficio, con un abrigo que te encantó al comprarlo y que hoy es solo un viejo conocido, cómo y confortable, pero en absoluto sorprendente. [...] Conviene parar de vez en cuando, cruzar a la otra acera y ver nuestra vida, y a nosotros mismos, desde otro prisma, para fijarnos bien, para volver a sentir, para dejarnos seducir de nuevo como aquel primer día en el que abrimos lo que nos brindaba el destino como un regalo, desenvolviendo con cierto temblor de manos el papel brillante y sintiendo la emoción de que aquello que tanto deseábamos era nuestro por fin.

Tanto insomnio por su culpa, tanta ojera del día siguiente delatando que había pasado la noche con él. Tantas broncas de mi madre: "Oye, estamos todos sentados, ¿quieres dejarlo de una vez y venir a comer? Esto no es un hotel". Pero costaba un triunfo separarse de él, ejercía tal poder sobre mí. Acaparaba mi atención con tanta fuerza en cada ratito que podía dedicarle. Ese hormigueo de emoción cuando sabía que me tocaba reencontrarme con él. Embobada, atontada, enganchada sin solución, queriendo saber más, sintiendo escalofríos con algunas de sus revelaciones, ahora llorando, ahora sonriendo, ahora soltando una carcajada. Entonces estaba convencida de que ningún otro podía hacerme sentir así, que no habría más, que sería el único por siempre y para siempre. Me equivoqué. Yo era una niña y aquel solo era el primero de todos los libros que me emocionarían a lo largo de mi vida. […] Un libro es un mundo y te permite abandonar el tuyo durante un tiempo y hasta sentirte otro, otra. Un libro puede hacer magia con tus sensaciones; abrirte los ojos y removerte el alma; darte respuestas o sugerirte preguntas. Abrir un libro es abrir una puerta que te puede llevar a un lugar cómodo o, por el contrario, hostil, pero siempre te hace viajar y crecer, sin necesidad de ponerte tacones.

Estamos en un inmerso mar en el que empiezan a faltar flotadores para todos. Hay que nadar, no queda otra. Seguir nadando con la esperanza de que, en algún momento, alguien grite que hay tierra a la vista.

Es imprescindible detenerse a elaborar recuerdos, ser conscientes en tiempo real de lo que nos va sucediendo porque, cuando desaparece el instante, es lo único que nos queda, la memoria de lo que un día vivimos, cuando fuimos inmensamente felices, cuando sentíamos que no importaba nada más.

Confieso que yo soy muy enamoradiza en cuestión de voces. Me enamoro de algunos timbres […]. Hay voces que tienen ese "no sé qué" que te eriza la piel y a mí me pierden. Deberíamos escuchar las voces con más atención y dejar que suenen en libertad. Y también hacer oír la nuestra para quejarnos de lo que no nos gusta, para sugerir lo que nos gustaría, para denunciar lo injusto, para exigir lo que nos corresponde, para proponer soluciones, para expresar lo que sentimos -aunque, en ocasiones, nos incordie el pudor-, para decirlo todo, si es lo que queremos decir.